En un país industrializado, la salud… pasa a segundo plano.
“La empresa Ericsson tiene personal desnutrido». Ese fue el encabezado del periódico El Nacional, el 20 de febrero de 1947.
Fue en ese año en el que se estimó que el costo total de la alimentación por persona era de 3.13 pesos mexicanos y, por tal motivo, se acusó a la empresa de no cubrir esta cifra en la remuneración de sus empleados; en ese entonces Ericsson pagaba a sus trabajadores $6.88 por día, de acuerdo con datos obtenidos en el Archivo General de la Nación.
Han transcurrido 77 años desde que se hizo esa acusación. Ahora el mapa de la industria en la región de la Cuenca del Alto Atoyac está invadido por la industria automotriz, la textil, química y metalúrgica, entre otras. La realidad que sufren obreras y obreros no se soluciona ni se compensa sólo con el hecho de alcanzar a recibir un “buen sueldo”.
La modernización de la industria y el desarrollo tecnológico han alcanzado niveles que no se preveían todavía hace 50 años: por un lado, ofrecen mayor rapidez en la producción, por el otro ponen en riesgo la salud e integridad de las y los trabajadores.
Si no se les garantizan suficientes medidas de seguridad- al estar expuestos al ritmo de las grandes maquinarias y a gran cantidad de compuestos químicos- el cuerpo tiene que adecuar sus ritmos fisiológicos naturales para responder a la principal demanda de la industria: la mayor productividad posible.
La investigadora Christina Laurell, desde 1978, afirmaba que la introducción de nuevas tecnologías y métodos de trabajo repercuten en la salud de la clase obrera, ya que los incrementos tanto en la intensidad del trabajo como en la productividad provocan situaciones de estrés y de fatiga, que son las causantes de cambios fisiológicos en el cuerpo que llegan a originar predisposiciones patológicas a corto y largo plazo.
Durante el siglo XIX, se pusieron al descubierto en Europa los efectos perjudiciales que el empleo desarrollado en la industria capitalista tenía sobre la salud. Sin embargo, y a pesar de este antecedente, las industrias se han negado a aceptar su corresponsabilidad en esos efectos.
Fue hasta el 2023 que el gobierno federal reconoció y mostró, a través de la Secretaría de Salud y del Conahcyt, los terribles efectos que la actividad industrial sin control ha provocado en la salud de quienes habitamos en toda la Cuenca del Alto Atoyac.
Esto se hizo público mediante la entrega y difusión del Primer Informe Estratégico Cuenca del Alto Atoyac (Puebla y Tlaxcala): Región de Emergencia Sanitaria y Ambiental. En este Informe se destaca que las industrias con mayores emisiones de contaminantes son las de los ramos automotriz, eléctrico, químico y textil.
Entre los tóxicos emitidos más importantes se encuentran metales pesados, metaloides y compuestos orgánicos–sintéticos.
También plaguicidas que igualmente afectan al agua, al aire y al suelo y entre los cuales se encuentran: arsénico, que es un metaloide que puede provocar cáncer de piel, pulmón y vejiga; malatión, un insecticida que genera efectos adversos a nivel reproductivo y que también se asocia a la depresión, ansiedad, e irritabilidad; glufosinato, que tiene la categoría de herbicida y está asociado con autismo; glifosato, herbicida del que se conocen efectos carcinógenos, y finalmente tenemos al picloram que también es un herbicida que se asocia con los biomarcadores de daño y disfunción renal.
Tener buena salud va más allá del mero bienestar físico o de tener cobertura de medicamentos, clínicas y hospitales en los que las personas se puedan curar.
Aunque lo incluye, tener buena salud no debe implicar sólo la garantía y el acceso al servicio médico en todos sus niveles, sino que debe ir de la mano con la certeza de las y los habitantes de la Cuenca, así como todas las trabajadoras y los trabajadores, contamos con un medio ambiente sano, con condiciones socioeconómicas y laborales que no solamente cubran nuestras necesidades básicas, sino también que nos permitan acceder a las esferas de la recreación y el aprendizaje, que potencialicen nuestras habilidades y capacidades, nuestras posibilidades de tener una vida digna.
La salud debe dejar de ser momentánea y desechable, un instrumento del sistema capitalista para asegurar la mano de obra que necesita para la producción, o algo que es un derecho sólo para las personas que están insertas en el mundo laboral formal.
Ya lo decía Carlos Marx: la producción capitalista no conduce solamente al empobrecimiento de la fuerza humana de trabajo, despojada de sus condiciones normales de desarrollo… produce además la extenuación y la muerte prematuras de la misma fuerza de trabajo.
La salud, que incluye la garantía de un medio ambiente sano, es un derecho que debemos tener garantizado en todos los espacios y en todas las etapas de nuestra vida: desde la infancia hasta la vejez.
Reyna Santiago Castillo.
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