Despedir a los glaciares, entrega #3
Por: Brahim Zamora Salazar @elinterno16
La nostalgia, desde hace ya bastante tiempo es un magnífico negocio; apostar al hecho de que los recuerdos no son hechos objetivos y concretos, afortunadamente, sino deformaciones ficcionarias sobre el tiempo pasado que fue mejor, conectar con la infancia que se diluyó en las aguas que ya corrieron, con las canciones que escuchaba nuestra madre, el abuelo, la fotografía sepia encontrada en un libro polvoso.
Uno, en realidad no podría estar en contra de ello. Sin embargo, el recuerdo es una deformación del hecho. Hablando de eso, un recuerdo, como lo rememoro a botepronto justo ahora: hace unos 25 años Paco Ignacio Taibo II dio un seminario en la Ibero Puebla sobre novela histórica, en este contaba una anécdota propia.
Durante años aseguró que una cicatriz que tiene en una de sus piernas fue una herida causada en una manifestación durante el 68, huyendo de la policía. Era su marca de guerra, fue su testimonio de haber sido parte del heroico movimiento estudiantil.
Hasta que se dio cuenta de que esa historia se la inventó en algún momento. Él ya estaba en Gijón cuando la manifestación se llevó a cabo, enviado por su padre a una especie de viaje de seguridad para que no se convirtiera en un perseguido o peor aún, en una víctima del Estado. Su deseo profundo de haber sido parte de esa historia le hizo pensar que sí lo fue.
En muchos sentidos, nuestra propia historia de vida es una ficción en cada recuerdo que contamos y aderezamos; estamos hechos de eso, de historias que nos han construido durante generaciones para inventarnos como especie.
Sin embargo, el capitalismo como sistema ha descubierto que la nostalgia puede llegar a ser una herramienta eficaz para no pensar en el futuro, sino llevar un sentir a otro sitio que tampoco existe, el pasado, pero que no hay que inventarlo en función de posibilidades distintas al presente, sino, de la sensación de que siempre antes la vida fue mejor. Y ese es un gran engaño.
El refrito de canciones y bandas viejas en giras del reencuentro. La reedición de telenovelas, películas, “clásicos del pasado”, incluso la tendencia de biopics, películas y series históricas, el revisionismo como la marcada tendencia a dividirnos en generaciones recientes y convivientes en las que lo que nos diferencia son nuevas y viejas costumbres, como la mal llamada generación de cristal y la correctamente llamada generación de concreto y sus implicaciones.
El mundo que cambia con los efectos especiales de Stranger Things produciendo montones de memorabilia y mercancía promocional, incluido el retorno a las listas de popularidad de artistas del pasado.
Eso es solo un ejemplo. Pero podríamos profundizar más allá de los consumos culturales: la imposibilidad social de imaginar un futuro sin alternativa al capitalismo, porque los modelos alternativos del siglo XX, el socialismo y el comunismo, no funcionaron en cierto sentido.
El realismo como género, es triste. Por eso, tal vez sea el único género que ha pervivido desde su invención en el siglo XIX, nos presenta una representación de la realidad como algo inalterable y deprimente, el sitio oscuro donde vivimos, el lugar del que pareciera no podemos salir porque los individuos estamos condenados a las circunstancias. Y a pesar de ello, mucha de la ciencia ficción que se escribe y filma, también nos refiere al apocalipsis, el fin de los tiempos, la decadencia y el caos. Claro eso no es una regla, solo una constante y en esa constante de un modelo de poder existe la resistencia, la posibilidad de pensar otras formas para la vida.
Pensar desde otro sitio el pasado, el sitio del aprendizaje, pensar la creación narrativa desde otras posibilidades, nos puede ayudar a renunciar a esa poltrona que suele ser la nostalgia. No necesitamos anclarnos a esa forma triste de la memoria, sino a las posibilidades imaginativas, particularmente de otros sistemas organizativos y otras economías y colectividades.
De eso se trató toda la obra de la enorme Ursula K. Le Guin, quien en 2014, durante su poderoso discurso al recibir el Premio Nacional del Libro en su país, EUA, dijo dos cosas clave sobre el hecho de contar historias:
“Creo que vienen tiempos difíciles cuando estemos buscando las voces de los escritores que puedan ver alternativas de cómo vivir ahora y que puedan ver a través de nuestra sociedad afligida por el miedo y sus tecnologías obsesivas hacia otras formas de ser, e incluso imaginar algunos terrenos reales para la esperanza. Necesitamos escritores que puedan recordar la libertad, poetas, visionarios, los realistas de una realidad más amplia.”
“Vivimos en el capitalismo. Su poder parece inescapable. Así parecía el divino derecho de los reyes. Cualquier poder humano puede ser resistido y cambiado por seres humanos. La resistencia y el cambio frecuentemente empieza en el arte, y muy a menudo en nuestro propio arte. El arte de las palabras.”
O de forma más sencilla, pero no por ello meno poderosa, el mantra que nos llega de la selva: saber que otro mundo es posible.
Y anoto yo: y no hay ninguna razón para no construirlo. Basta comenzar a imaginarlo.
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