Quizá, desde que éramos niños, había un gusto especial por las historias de “espantos”. Y aquí salían a la luz narraciones fantásticas, aparecían brujas que surcaban las noches oscuras envueltas en fuego, nahuales agresivos merodeando los caminos, bultos tétricos que se arrastran lastimosamente por las veredas, un charro negro que con un brioso caballo se cruzaba por los campos o la llorona gimiendo lastimosamente. Y ahí estábamos, muriéndonos de miedo, pero escuchando atentamente, seguramente fueron relatos muy gratos pero aterradores.
La era del internet acercó un sinfín de videos y podcast narrando este tipo de historias a la gente ¿Se perdió la magia de aquellas tardes o noches de relatos de “espantos”? Quizá no, pero esa “exclusiva” de saberse una historia, ya no era tan “exclusiva” porque probablemente un youtuber la describió. Ahora bien, los “cazafantasmas” modernos visitan construcciones abandonadas donde la vox populi asegura hay ruidos extraños y se sienten fuerzas sobrenaturales, y con una cámara en mano, a veces son testigos de alguna cacofonía o una espeluznante imagen, las cuales se viralizan en las redes sociales. Y el narrar este tipo de historias por el delicioso acto de hacerlo está bien, el video no roba la magia de la descripción verbal de un suceso por más fantástico que sea.
En esta ocasión narraré una historia de nahuales, una de las miles que los tlaxcaltecas han de saber, pero antes, unos antecedentes históricos: En la tradición mesoamericana, la palabra “Nahual”, proviene de la lengua náhuatl, tiene que ver con una idea de algo “oculto”, no de fácil acceso a los demás. Si uno revisa el Vocabulario en lengua castellana y mexicana de fray Alonso de Molina (2001: 63), verbos como nahualchihua se comprende como “hacer algo con cautela” o nahualitoa “decir algo cautelosamente”, si se lee con cuidado, lo cauteloso es notorio, pero si se observa la palabra nahualli, el fraile franciscano fue tajante con su traducción: “bruja”. La brujería desde la visión cristiana tiene que ver con un pacto con el diablo para adquirir ciertos poderes. Para los frailes españoles, un nahual era un ser humano metido en la brujería; pero el nahualismo no es así. Sin ahondar demasiado, Alessandro Lupo (1999: 17), explicó que los nahuales son seres humanos “investidos de poderes espirituales, que les permiten transformarse asumiendo a su gusto semblanzas de animales (o también, en raras ocasiones, de fenómenos naturales como rayos, viento, nubes bolas de fuego, etc.) y realizar bajo tales «disfraces» acciones prodigiosas”. Otra explicación la tuve en la clase de Alfredo López Austin, cuando era alumno de su cátedra en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Este historiador mencionó grosso modo lo siguiente: Cuando un ser humano nacía, en ese mismo día un animal también lo hacía, y estaban íntimamente ligados, ambos coexistían; se podría argumentar que el animal era un alter ego del humano, rara vez estos dos se podían encontrar, y solo aquellos a quienes se les preparaba especialmente, podían cumplir un fuerte ritual para que su tonalli humano y el del animal se fusionaran. Por el momento baste esta brevísima explicación.
En 1994, una noche sumamente oscura, un paisano de San Diego Metepec salió del pueblo rumbo a su casa en La Joya, quizá eran las doce de la noche o la una de la madrugada, el viento soplaba gélidamente. Con su ropa sencilla, y una chamarra gris algo afelpada, apresuró el paso. Ya no había transporte público. Caminó a lo largo de la calle Independencia, en ese tiempo, había menos casas y el alumbrado público no cubría todo el camino, no existía en edificio del Órgano de Fiscalización Superior del Estado de Tlaxcala, y había más terrenos de labor. En su caminar, aquel hombre, ya maduro, de unos cincuenta años, escuchó algo merodear a su alrededor, pensó serían los perros de alguna casa o quizá un conejo, o algo peor, algún ladrón; se quitó un calcetín, lo rellenó de piedras para tener un objeto con qué defenderse. La calle Independencia en un tramo corre paralela a la carretera Tlaxcala-Texoloc, y aunque algunos árboles y arbustos no le permitían ver el otro lado, las luces y el ruido de alguno que otro automóvil que por ahí cruzaba rápidamente lo lograba notar. En eso, comenzó la locura, de la nada, entre arbustos, escuchó un fuerte gruñido, asustado gritó “¡¿Quién anda ahí?!” De repente una especie de perro se le abalanzó ferozmente, derribó al paisano y comenzaron a forcejear. Para ser un canino, era muy grande y no tenía cola, aquel ser extraño no le mordió parte alguna de cuerpo, solo su espantoso hocico emitía ruidos y salpicaba una baba repugnante. Como pudo, aquel hombre se pudo librar de aquel pesado animal y corrió hacia la intersección de la calle con la carretera, a escasos metros, la bestia le volvió a alcanzar, con el calcetín con piedras le asentó un buen golpe, en eso un automóvil pasó y sus luces alumbraron rápidamente ese sector del camino. Aquel misterioso perro se ocultó entre los arbustos, y el asustado hombre pidió ayuda. El vehículo pasó intempestivamente, y la bestia emergió, nuevamente forcejearon, una vez más aquel hombre se liberó y corrió hacia el Libramiento Poniente, estando ahí otro automóvil con sus luces pasó, pero aquella aterradora monstruosidad no se acercó ¿Será porque ese tramo de la carretera tiene forma de cruz sucedió esto? Se preguntaba aquel caballero. Resopló un poco, corrió rumbo al Seguro de La Loma, y una vez más aquella pesadilla se repitió, entre golpes y empellones, se batieron en duelo de fuerzas a la altura del Restaurante El Establo, aquel humano desesperado volvió atestarle a ese inmundo ser un golpe con aquella improvisada “arma”, la bestia emitió un quejido, en eso un coche más pasó y ese horrible animal se escabulló entre la maleza. No lo volvió a ver.
Aquel vecino de San Diego Metepec, según me relató, llegó al Seguro de La Loma, el alumbrado público le permitió caminar con cierta tranquilidad hasta llegar a su casa. Asustado, se quitó aquella chamarra gris, su familia le recibió pensando que había llegado borracho, su sorpresa fue mayúscula, narró su trágica historia y cayó en el más profundo sueño. En alguna ocasión pude ver aquella chamarra, estaba algo desgarrada, con algunas machas oscuras que emitían un olor desagradable, toda empolvada. Los padres de aquel hombre le dijeron: “Hijo mío, te atacó un nahual y algo quería de ti”.
Bibliografía
López Austin, Alfredo (1999), Breve historia de la tradición religiosa mesoamericana, México, Instituto de Investigaciones Antropológicas-UNAM, (Serie Antropología e historia antigua de México, 2).
Lupo, Alessandro (1999), “Nahualismo y tonalismo”, en Arqueología Mexicana, vol. XXIII núm. 136, noviembre-diciembre, p. 60-64.
Molina, Alonso de (2001), Vocabulario en lengua castellana/mexicana y mexicana/castellana, estudio preliminar de Miguel León-Portilla, 4ª. Edición, México, Editorial Porrúa (Biblioteca Porrúa, 44).
Edilberto Mendieta García
Miembro de la Sociedad de Historia, Educación y Cultura de Tlaxcala
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