- Se ha llegado un momento que eventualmente veíamos importante compartirles. Porque sí, hacer prensa libre es toda una osadía. Desde sostener económicamente el trabajo de 10 personas que de medio tiempo, tiempo completo o por proyecto le apuestan a este proyecto editorial sin ningún compromiso oficial, hasta el sostenimiento de la línea editorial ciudadana y con perspectiva de género y de derechos humanos.
Pero hay un asunto que es transversal, permanente y que crece a medida que nos posicionamos como la única oferta informativa independiente en Tlaxcala: la inseguridad; que se traduce en riesgos físicos, digitales y psicoemocionales, ¿de qué dependen que esos riesgos se materialicen en violencias? Permítanme aquí salirme de la formalidad para contarles que depende de si se le «tocan los cojones de más» a un sujeto de interés público. O al menos como lo está asumiendo la persona que violentará.
En realidad, «tocar los cojones» es no reconocer las violencias que ejercen, y al no hacerlo, seguir postergando la reparación del daño de sus víctimas; víctimas que pueden ser, por ejemplo, mujeres expuestas en su intimidad luego de un ataque cibernético para robar su información.
Este lunes 31 de octubre, desde este medio de comunicación mandamos nuestra tradicional newsletter La Tragicomedia del Sir Culito Tlaxcalteca (producto informativo que no escribo yo como varias personas piensan, y que más bien tiene su autoría en un periodista que este medio ha contratado para escribir este envío por tener el tono y elementos suficientes de la agenda política) en la que señalábamos el descaro del fotógrafo tlaxcalteca César Quiñones por aceptar un premio que el Senado de la República, a través de la asociación local Acometividad AC, entregó a jóvenes tlaxcaltecas por su trabajo comprometido a favor de la entidad. Y es que el señalamiento se debió a que se trata de la misma persona que no solo tiene denuncias de mujeres por haberles robado sus fotografías íntimas mediante el hackeo de sus dispositivos, sino también de realizar otros delitos cibernéticos que ahora tienen un respaldo legal de denuncia a través de la Ley Olimpia que ya se ha legislado en Tlaxcala.
A mí me tocó recuperar la historia de una de sus víctimas, que tuvo a bien compartir con nosotres lo que le sucedió para alertar a más mujeres menores de edad; sin embargo, por miedo a represalias nos pidió al final no publicar nada. Y es que las historias se silencian a través del miedo, miedo que de nueva cuenta se sostiene del riesgo a que una violencia se materialice.
En Escenario Tlaxcala más de una vez hemos tenido ese miedo. ¡Cómo no! En un país donde «tocar los cojones» es tan fácil y en donde se han tocado de más 18 veces en los primeros seis meses de este 2022 que ha resultado en la muerte de ese número de periodistas.
En algunas pláticas de sobremesa en reuniones sociales conociendo nuevas personas, al contarles a lo que me dedico la pregunta inmediata es el nivel de inseguridad en el que se vive; luego de eso, y como para que no quede ese halo de desesperanza, le sigue la reflexión «oye, pero en Tlaxcala aún no matan periodistas».
Más allá de ese «aún» lo que quiero traer sobre la mesa es que los asesinatos no son la única forma de silenciar voces. Traigo a la mesa el tema porque este lunes que hablamos sobre este fotógrafo, recibimos una respuesta nada más y nada menos que de su papá, el señor Xavier Quiñones. Una respuesta que constituye una amenaza y un acto de intimidación, que si bien no es el primero que recibimos – que recibo -, nos ha parecido importante socializar para dejar constancia pública de ello.
En su respuesta, el señor señala que nos escudamos «tras el anonimato para injuriar a un chico ejemplar», negando la legitimidad del movimiento #MeToo y señalando a una mujer calificándola como «cabecilla del acoso» contra su hijo junto a varias cómplices. Además, asume que este medio no se atreve a desenmascarar a esta supuestas violentadoras de su hijo, señalándola como «una lesbiana que se puso celosa hace 15 años».
Y aunque nuevamente habla de un «hostigamiento de género al revés de la lesbiana y su pandilla», intenta aclarar que no lo dice en sentido peyorativo; pero en su texto recalca la orientación sexual porque dice es un calificativo que «remite a los enfermizos».
Dicho lo anterior, se atreve a llamarme charlatán, sin escrúpulos y que ejerzo periodismo basura para soltar la amenaza «buscaré la forma de que te hagas responsable de lo que publicas». Y adelanta que en parte lo conseguirá haciendo pública su posición, ¿cómo? ¿acaso como se ha encargado su familia de «exponer» públicamente a otras y otros? ¡Usando su intimidad!
Sépase que hago público que si se atreven a tocar las cuentas tanto de este medio de comunicación, o mis cuentas personales, dejamos por acá el antecedente de los que pudiesen ser los presuntos culpables. Sépase también que así como califica de manera despectiva a una mujer lesbiana, me siento vulnerado frente a mi preferencia sexual e identidad de género. Sépase además que como gran parte de las personas, un tiempo hice uso de mis redes sociales para el envío de las famosas «nudes», y que si son expuestas sin mi consentimiento en los próximos meses, en este correo que me llegó encontrarían sustento para pensar en los culpables; de la publicación de «nudes» pero también de agresiones físicas que pudiera sufrir mi persona o también la redacción de Escenario Tlaxcala.
Al señor le parece correcto pedir derecho de réplica con una prosa bien escrita, pero llena de insultos y de calificativos que atenta contra los derechos humanos – específicamente los de la diversidad sexual -. Y no señor, ¿derecho de réplica? Las víctimas de su hijo están esperando algo fundamental para la reparación del daño, ¿qué? Una disculpa pública. Y de la denuncia legal que ha interpuesto su hijo por ese caso que me cuenta de hace 15 años, que sea lo que la justicia determine cuando llegue a una resolución, pero ¿qué me dice de las otras mujeres y hombres? Como bien me dice «todos estamos expuestos en redes sociales a que cualquier persona inescrupulosa nos injurie por mil razones.» Justo la falta de escrúpulos y la oportunidad de evidenciarlo en redes sociales es lo que nos tiene por acá; porque han pasado 15 años y las víctimas ahora tienen redes sociales, no solamente para «el juego de la lesbiana».
No es la primera vez que recibimos indicios de riesgo. Hace una semana me encontraba en una reunión social cuando una persona llegó y se aseguró de que supiera que le habían mandado a hablar conmigo y la persona que se lo pidió. Como se lo dije, sé muy bien porqué lo mandaron. Se trata de la misma persona que tiene a una mujer espiándome a mí y a dos personas más de mi equipo de trabajo a través de nuestras stories en redes sociales. Nuevamente, un hombre detrás, Serafín Ortiz.
Al final, a la prensa se le busca silenciar con el respaldo de un sistema patriarcal. Porque el hijo del que hablamos en esta columna no dice nada, no pide disculpas, pero bien que se sienta detrás de un escritorio de comunicación social en la administración de la gobernadora; y así lo hizo también con la ex presidenta municipal, Anabell Ávalos Zempoalteca.
Pues nada, ¿qué pasa cuando a la prensa independiente también le «tocan los cojones» por publicar sobre familias, señalar sus modus operandi y nombrar lo que nadie se atreve porque pesa más el miedo, el dinero o el pacto patriarcal?
¿Toca hacer oídos sordos y seguir publicando? ¿A costa de qué?
Mejor, ¿cerrar?
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