Federico Luis Pöhls Fuentevilla, Centro Fray Julián Garcés.
Con ese título empieza el segundo apartado de una conferencia pronunciada por Imanol Zubero, sociólogo y profesor en la Universidad del País Vasco, que luego fue publicada a manera de artículo en la revista Cristianisme i Justícia en mayo de este año, y se refiere, sin adornos ni rodeos, a que “la economía capitalista es una necronomía, una economía contra la vida.” Y esto lo podemos observar mucho más claramente si se le analiza en su versión más actual, bajo el esquema de capitalismo global o neoliberal; de capitalismo salvaje, como también se le ha llamado.
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El autor afirma, desde su experiencia y su análisis, que el capitalismo no es una escalera por la que, si se pone suficiente empeño y se acumulan méritos, cualquiera podría subir, sino que se trata de una “pirámide de sacrificio”. Es decir, una estructura en la que, para que algunas personas puedan “disfrutar de esta vida, muchas más tienen que habitar y sucumbir en la dimensión necro (de muerte) de la vida.” Se habla de extractivismo y de acumulación por quitarle lo que les corresponde a las y los otros, de “formaciones sociales basadas en lógicas de expulsión, de la privatización de los bienes comunes de la humanidad (como el agua o los bosques) …” De acuerdo al autor, el capitalismo reduce todo a la categoría de cosa, de objeto: “la naturaleza como cosa, la persona como cosa, recursos naturales y recursos humanos, la relación puramente instrumental con el mundo, instrumentalismo extremo.” Pero además, el capitalismo necesita, para sostenerse, convertirlo todo en mercancía, y con esto lleva la cosificación heredada del patriarcado y el colonialismo al extremo de invertir todavía más y de manera perversa los valores: el interés económico se impone sobre la satisfacción de las necesidades humanas más básicas; los derechos fundamentales (al agua y al saneamiento, a la salud, a la vivienda, a la alimentación, a la educación… a una vida digna) son convertidos en bienes de mercado. Y todo bajo una lógica economicista, con la ilusión del crecimiento sin límites, pero también colonialista, clasista, y patriarcal.
Al parecer, si revisamos lo que hemos vivido en México y en Tlaxcala desde hace ya varios años (los últimos incluidos), podríamos ver y explicarnos cómo el sistema capitalista neoliberal se ha impuesto y ha provocado las mismas consecuencias de muerte; que “mata por ser capitalista, pero también por ser colonial y patriarcal.” Así, sólo desde ahí podemos explicarnos cómo, luego de cuarenta años de neoliberalismo, tan sólo el 1% de la población más rica del país acumule el 48% de toda la riqueza nacional, y que México ocupe en esto el tercer lugar en toda América, tan sólo por debajo de Chile (49.8%) y de Brasil (48.7%). Sólo desde ahí podemos explicarnos cómo nuestro estado, y toda la Cuenca del Alto Atoyac, luego de casi sesenta años de industrialización y urbanización sin controles adecuados se haya convertido en una Región de Emergencia Sanitaria y Ambiental con algunas de las tasas más altas en enfermedades crónicas no transmisibles, como leucemia linfoblástica y enfermedad renal crónica, relacionadas directamente con la contaminación provocada por las grandes y medianas industrias. Sólo desde ahí podemos explicarnos por qué el estado de Tlaxcala ha sido mantenido como patio trasero de donde se colecta la mano de obra con cualificación mínima o no calificada, y donde se canalizan las descargas industriales más contaminantes. Sólo desde ahí podemos explicarnos también cómo es que por tantos años se ha privilegiado el interés económico de industrias y de compañías constructoras por encima de los derechos básicos de la población, y cómo es que se culpa a esa misma población, sobre todo la más pobre, de ser ella y sus alternativas de sobrevivencia las culpables de la contaminación y la enfermedad.
Lo que no se puede entender es cómo hoy gobiernos y dependencias, teniendo la información y las evidencias suficientes sobre las causas de la situación que se vive en la Cuenca (denuncia ciudadana, información de las investigaciones apoyadas por el Conahcyt, Informe Estratégico entregado por el mismo Conahcyt), se aferran a mantener sus políticas y programas bajo el mismo esquema de esta economía que desde hace años está matando lentamente a la población del estado. No nos podemos explicar cómo autoridades, funcionarias y funcionarios han optado por renunciar a la ética y se han hecho crueles e indiferentes ante la realidad y el sufrimiento del pueblo tlaxcalteca, han renunciado a su responsabilidad de actuar para superar esta situación de emergencia y, de mal en peor, se han sometido y se someten actualmente al dictado que les imponen las grandes industrias y las empresas inmobiliarias.
Pero no todo está perdido. Afortunadamente en Tlaxcala y en otros muchos lugares de la Cuenca, hay personas organizadas que se esfuerzan por construirse y mantenerse como sujetos éticos. Son personas, como las definió la psicoanalista argentina Silvia Bleichmar, capaces de empatizar con el sufrimiento de la otra persona y sentirlo como una responsabilidad propia. Y desde el ejercicio de esa responsabilidad se ocupan diariamente en desterrar los elementos de su vida que son incompatibles con el cuidado de las y los demás y de ellas mismas, con el cuidado del territorio y su defensa de la devastación. Mujeres y hombres que enfrentan y desmienten el discurso hegemónico individualista, colonialista y patriarcal, en el que se sustentan aquí tanto la devastación socioambiental y la trata de mujeres y niñas para la explotación sexual, con prácticas de no violencia y no dominación, pero sí “de colaboración, de cooperación, de comunión, de solidaridad, de simplicidad, de autocontención … soluciones practicables no percibidas”, como dice también Imanol Zubero, que nos permiten darnos cuenta de que, ya y aquí, otro mundo va siendo posible.