Cuando era estudiante de la carrera de Historia en la UNAM, tuve la oportunidad de dialogar con Luisa Pérez García sobre un tema fuerte, polémico, lleno de dolor y desesperanza, la mal llamada “Gripe Española” o como ella decía la “Gran Gripe”. Que hoy hace mucha mella por la infección viral que se presenta con el Coronavirus (COVID-19). Esta interesante mujer era oriunda de San Andrés Cuamilpa, municipio de Tetlatlahuca, fallecida en 2003, era fuerte, trabajadora incansable, crió 4 hijos y sufrió la pérdida de su marido muy pronto, y sin embargo, se mostraba amable y diligente.
En 2002, por una enfermedad, se quedó al cuidado de su hija menor, sin embargo, tuve la posibilidad de visitarla y la vena de historiador me salió. Pese a conocerla desde mi más tierna infancia, mis padres y abuelos siempre me enseñaron un profundo respeto hacia ella, y ¡Cómo no! era la matriarca, era la bisabuela, yo tuve esa gracia de parte de ella de hacerle un sinfín de preguntas de cómo era la vida antes, y me respondía amablemente mientras me obsequiaba una rica tortilla de trigo. Pero bueno, regresemos al hilo de esta narración, entre bromas y anécdotas de cómo era San Andrés Cuamilpa a inicios del siglo XX, salió un tema inesperado, me habló de la “Gran Gripe”.
Permítanme hacer de contexto. En 1917 el mundo se convulsionaba con importantes hechos históricos como la revolución rusa, la revolución mexicana entraba en su fase constitucionalista y Estados Unidos ingresaba a la Gran Guerra. Sin embargo, hubo un suceso en el campo de la medicina y la salud, que marcó al planeta entero. Fue en suelo estadounidense, cuando en Fort Riley (Kansas) se presentó el primer caso de un individuo con síntomas de un severo cuadro gripal, el famoso cocinero Gilbert Michell, aunque existen estudios que permiten dilucidar que esta cepa viral pudo haberse desarrollado al menos desde 1916. Lentamente, la infección fue alcanzando otros campos militares en la Unión Americana y luego a poblaciones civiles, desatando terror y angustia por la infección viral, un tipo de influenza que mermaba la salud de adultos, niños y jóvenes, y que cobraba la vida de varios. En ese momento, el alto mando estadounidense estaba en un debate muy fuerte ¿Debían mandar tropas al frente europeo a combatir, pese a tener soldados infectados? Si no se hacía, los aliados del otro lado del Atlántico seguirían con el tremendo desgaste por la “guerra de trincheras”, y esperaban ansiosamente la llegada de refuerzos. Al final, las fuerzas armadas llegaron a Francia y la enfermedad se fue diseminando por Inglaterra, Alemania, Italia y finalmente a España, nación neutral en el conflicto bélico. La prensa europea trató de hacer nula mención de la enfermedad, no así la española, que publicó los horribles estragos que padecía la población. De ahí que se le diera el mote de “Gripe Española”. Para 1918 diversas naciones ya exhibían cifras alarmantes de contagios y de muertos, y México no fue la excepción.
Luisa Pérez García hizo las siguientes menciones sobre este tema: “En el año de la Gran Gripe, no había doctores que nos curarán, estaban hasta Tlaxcala y eran repoquitos, y en ese tiempo el camino hasta allá era de una vereda. Los enfermos se quedaban solos, sufriendo en sus petates los dolores, las calenturas, murieron niños y muchachos, también murieron los viejos. Yo era muy chamaquita, no podía entender todo, solo mi madre me decía que me cuidara, que no saliera”. Si bien no es claro ¿Cuál es ese “año de la gripe”? Al menos me permite suponer que pudo ser el año de 1918, cuando se reportaron los más severos momentos de la epidemia. Y sí, en esos años el pueblo de San Andrés Cuamilpa tenía muy deficientes comunicaciones hacia la capital del estado y carecían plenamente de servicios médicos, los antiguos habitantes apelaban a remedios caseros, aquella medicina tradicional de raigambre mesoamericana. Luisa Pérez García no hizo mención de cuántos muertos hubo en su comunidad.
También hizo mención de lo siguiente: “Eran tiempos redifíciles, no había mucho que comer, los soldados pasaban al pueblo y se llevaban todo lo que podían, debíamos esconder el poco maicito que guardábamos, una gallinita toda flaca que podía dar aunque sea un huevito. La gente no quería salir a trabajar por temor a que se lo llevaran los soldados a pelear, y con la gripe más. Si no te morías de hambre, te morías por la revolución, o por la enfermedad. Mi madrecita decía que antes hubo enfermedades, pero como la gripe ninguna”. El rostro de Luisa Pérez García se desdibujó, si bien su salud estaba delicada, generalmente te obsequiaba una sonrisa al visitarla, pero el recordar esos duros momentos de su infancia, simplemente la hicieron estremecer, no quise ahondar más en el tema, y rápidamente cambié la conversación a otro rubro.
El brevísimo testimonio de Luisa Pérez García, sólo es una pequeña ventana a un pasado que a veces se antoja remoto pero que no lo es. Ya hay una nueva pandemia mundial, una fuerte infección viral, el Coronavirus COVID-19, con una poderosa capacidad de contagio, aunque el porcentaje de mortalidad no es tan alto como la Influenza A H1N1 de 2009, pero que terriblemente afectará a sectores vulnerables de la población. Si bien, en 2020 existen mayores posibilidades de ser enfrentada, en este momento no se cuenta con alguna vacuna para contrarrestarla y evitar que un individuo fallezca. Hoy San Andrés Cuamilpa cuenta con los caminos que permiten el acceso a vehículos, tiene servicios de salud (no se entrará en detalle si son o no eficientes), pero sus habitantes, como el resto de los tlaxcaltecas, reflejan los mismos temores que en 1917-1920 aquellos seres humanos tuvieron, miedo al contagio, a la pérdida de un ser querido. Y sólo resta tomar las medidas de higiene y prevención para que se enfrente con plena entereza, esta nueva crisis epidemiológica.