A lo lejos, en la ciudad de Apizaco, «La Bestia» retumba anunciando su llegada, esta vez no hace escala, sigue su curso ante la mirada de los migrantes que esperan en el albergue «La Sagrada Familia» y cuyo acceso ha sido «clausurado» por el gobierno municipal con una malla ciclónica antimigrantes.
Un muro, como el de Donald Trump, caricaturizado en una piñata que esta tarde los migrantes romperán: hoy es Día del Refugiado y no hay actos protocolarios con autoridades, no hay formalismos, ni se anuncian grandes acciones a favor de los migrantes, solo un mensaje por parte del Padre Elías Dávila, activista y defensor de quienes buscan una oportunidad de vida.

Cruzamos la malla antimigrantes cuyo candado se encuentra abierto, quizá por el llamado de quienes dirigen a «La Sagrada Familia» de abrir las puertas a los migrantes, quizá por la presión social que llegó hasta change.org, o tal vez porque quien poseé la llave de acceso permitirá sólo por este día el libre tránsito.
Llamamos a la puerta por medio del timbre que resuena fuerte y no tarda en abrir una de las voluntarias quien, amablemente nos deja entrar y, tras explicar el motivo de nuestra visita, nos deja pasar. Por el momento ni el padre Elías Dávila ni Sergio Luna, director del albergue se encuentran en el lugar, pero sí algunos de los migrantes.
Algunos juegan básquetbol pese a que los rayos de sol caen como plomo sobre la piel, otros platicando mientras un cigarrillo se consume entre sus dedos conforme pasan los minutos, otros más ensimismados en sus pensamientos, con el ceño tostado por el sol, la mirada fija en la incógnita del mañana, y una sonrisa nerviosa, pero afable.
Al fondo un lavadero donde los migrantes limpian algunas de las contadas prendas con las que salieron de su país, por un lado unos cuartos en obra negra y lugar de resguardo donde los extranjeros pasan la noche y en invierno apenas y los protege del intenso frío del Altiplano.
A la izquierda un techado de láminas con algunas mesas tendidas, sitio de recreación y alimento que da fuerza a los refugiados para continuar su camino ya que sólo pueden permanecer 24 horas pues la afluencia de migrantes impide dar refugio permanente a todos
En el suelo una niña ayuda a dar forma a la piñata de Donald Trump quien, a palazos será castigado por su insistencia en poner un muro en la frontera de México con Estados Unidos por considerar peligrosos a los migrantes; lo mismo que hace el panista y conservador Julio César Hernández Mejía hoy día con su malla ciclónica que no será freno para la delincuencia como él espera, ni para la migración.
Afuera, la Colfer – o Colonia Ferrocarrilera- luce tranquila, silenciosa, mucho más que el centro con su incesante comercio en las calles y el bullicio constante de autos y camiones.
Los migrantes, hoy solo 15, comen lo que el refugio ofrece, arroz, frijol, tortillas o pan, mientras esperan se seque la ropa disfrutarán las actividades que hoy tendrán en el refugio, mañana intentarán domar a «La Bestia» si es que los postes colocados uno tras otro cada metro así lo permiten.
Curiosos a nuestra llegada, pero solo por instantes, después ignoran que estamos ahí, mañana eso ya no importará hay cosas mejores en que pensar.
Aquí hay historias distintas unidas por un común denominador: huyen de la pobreza, la inseguridad, la indiferencia y el hambre, de la miseria, del olvido de gobiernos incapaces de cuidar a su gente quienes ya no tienen nada qué perder huyen de la soledad.
Así nos aventuramos a buscar quien nos comparta su historia, nerviosos uno a otro deciden quién será el valiente que de su versión de la historia, su historia.