La participación de las mujeres en todos los ámbitos han sido logros que durante siglos ha tenido grandes costos. Los derechos que han sido reclamados por ser negados, se han tenido que ganar teniendo como base la convicción propia de miles de mujeres en lucha permanente.
La visibilización de las problemáticas que vivimos las mujeres han sido por las mismas mujeres, quienes constantemente nos enfrentamos a señalamientos, castigos, represiones y cargas sociales que han intentado mantener un orden patriarcal, donde han sido hombres (principalmente) quienes han tomado decisiones sobre nuestra vida, nuestros cuerpos y nuestras mentes; han impedido que seamos sujetas de derechos, de desarrollar una plena autonomía para la toma de decisiones sin que por ello seamos sancionadas o criminalizadas.
Esta realidad es un asunto de desigualdad instalada en todos los ámbitos, de manera sistemática que ha impactado en la vida cotidiana de las mujeres de todas las edades; además de ser institucionalizada, pues son las mismas instituciones donde se reproducen actitudes, ideas y comportamientos que vulneran nuestros derechos, que por medio del uso de la violencia han impuesto estereotipos que nos coloca en desventaja respecto de los hombres; se han creado estructuras que mantienen relaciones de poder sobre las mujeres, desde el nacimiento hasta la muerte de las mujeres no vemos sometidas de forma física, psicológica, sexual, incluso de forma simbólica que ha naturalizado todas las expresiones de violencia hacia las mujeres como una forma de control de nuestro primer territorio: el cuerpo.
Las mujeres hemos mantenido muchas luchas que han permitido colocar en lo público estas graves realidades; sin embargo, quienes ocupan los puestos de toma de decisiones que impulse cambios de fondo han mantenido una mentalidad machista, misógina y de discriminación hacia las mujeres que han imposibilitado generar estos mecanismos que lo permitan, o en su caso, que sean muy lentos estos pasos en América Latina, en diferencia con países desarrollados. Esto ha costado la vida de miles de mujeres, quienes somos colocadas en una violencia feminicida de manera constante, debido a la falta de políticas públicas efectivas que garanticen todos nuestros derechos, así como la aplicación de la normatividad y con ello, garantizarnos una vida segura.
A pesar de todos los esfuerzos para modificar estas conductas violentas, el uso del tema de género ha sido, sin duda, de manera político, económico y desde el machismo; cuando se abordan las problemáticas de las mujeres en los espacios de toma de decisiones se analizan desde las mismas estructuras del sistema patriarcal, desde una mirada masculina, construida en normas de dominación. Aunque bien claro está que el que las mujeres lleguen a ocupar estos cargos sea una garantía de avanzar de manera más rápida para dar respuesta a las necesidades sentidas de las mujeres, pero el hecho de contar con representación en estos espacios es un logro en sí mismo que ha llevado años y que hoy tienen la posibilidad de incidir en los espacios públicos.
Ante ello, tenemos la oportunidad de poner en práctica lo que desde el discurso se ha hecho voz; no sólo basta con ser mayoría, sino ser sensibles a las necesidades urgentes que aún son pendientes, y que mientras se discuten o se envían a la congeladora, las mujeres estamos en riesgos contantes de vivir la violencia sistemática y las desigualdades estructurales, sobre todo de perder la vida al no contar con mecanismos que lo prevengan.
Mientras estos cambios se logren, no podemos naturalizar la violencia familiar, el abuso laboral que muchas mujeres tienen que pasar por alto para no perder su empleo, la violencia comunitaria que sufrimos cotidianamente, el acoso callejero que los hombres y las autoridades minimizan, la violencia sexual que en la escuela, en el hogar, en las calles o en las mismas instituciones ejercen; no podemos permitir que se nos siga viendo como objetos que pueden ser vendidos y comprados, no podemos ver como normal que niñas y adolescentes tengan que llevar a término un embarazo no planeado, producto muchas veces de una violación, donde además responsabilizan a las mujeres por esta violencia machista; no podemos mantener posturas moralistas cuando las mujeres están muriendo diariamente a causa de estas grandes deudas que da paso a ejercer formas brutales de violencia hacia nuestros cuerpos, nuestra sexualidad y nuestras vidas.
Los movimientos por los derechos de las mujeres continuaremos avanzando, sin miedo a que nos intenten callar, pero con una constante incertidumbre a causa de la falta de protección a nuestros derechos que nos coloca en constante riesgo. No podemos minimizar los costos que estas luchas han representado para muchas compañeras, necesitamos cambios sin que nos cueste la vida.
