“Nuestras maletas maltrechas estaban apiladas en la acera nuevamente; teníamos mucho por recorrer. Pero no importaba, el camino es la vida” Jack Kerouac
Por: René Toapanta
La cita de Jack Kerouac resume casi todo lo que he escuchado de los amantes de los viajes de nuestros días, una noción del viaje como idealización, el viaje por el viaje, el viaje encerrado en sí mismo, algo así como un ser vivo ideal y amoroso, y nosotros dentro de él. Afuera no hay bordes lúgubres, ni la posibilidad (en un sentido verdaderamente real) de no regresar jamás.
El imperativo de moverse, de trasladarse de un lugar a otro, siempre ha constituido una estampa del espíritu humano. Es de esta forma como ha llegado a poblar casi cada rincón del planeta. Han existido tantos y tan variados motivos para viajar: migrar, conquistar, esclavizar, construir puentes, destruir puentes, ascetismo, suicidio, vanidad, el infaltable exilio, encontrar riqueza y gloria, competir, llegar más lejos y más profundo, subir o bajar, encontrar a dios o al diablo, y últimamente, de forma cada vez más constante, viajar por placer y turismo. ¿Qué es lo que significa viajar en nuestro mundo posmoderno? y ¿Cómo la noción de un mundo globalizado ha moldeado la forma de concebir los viajes?. Más allá de tomar en cuenta el enorme desarrollo tecnológico en los medios de transporte, que sin duda constituye un elemento fundamental, quisiera centrarme en los aspectos socio-culturales y simbólicos. Empezaré por caracterizar a nuestro viajero posmoderno “anónimo” contrastandolo con otros viajeros, de otros tiempos.
Viajar porque el viaje constituye la resignificación de un ser subalternizado
Hace algunos días leí la historia de Emilia Serrano, baronesa de Wilson, una mujer aristócrata española que realizó largos viajes por América Latina a finales del siglo XIX. Su ruta incluyó el Caribe, la selva Amazónica, las costas pacífica y atlántica, y los Andes. Emilia Serrano era una escritora feminista, lo cual le llevó a escribir varios libros en torno a esta temática. Acorde con su sociedad y su tiempo su feminismo era conservador de tipo “orgánico” católico y “maternal” pues defendía el rol de la mujer como madre y su importancia en la configuración de la nación. Sus viajes la llevaron a desafiar la noción de la mujer, la madre, la hija o la hermana, que espera la llegada de sus hombres, que llora porque nunca llegaron, y se marchita en la espera. Sus viajes la ayudaron a deconstruir estas nociones, pero más allá de eso describió a decenas de mujeres en su camino, ingreso, a su manera, en los contextos culturales de cada una de ellas, y reconociéndolas se reconoció a sí misma.
Viajar para reconfigurar una comunidad, una identidad, y tal vez encontrar la tierra prometida
En el siglo XVI judíos y árabes fueron expulsados de España, varios se convirtieron al cristianismo, algunos judíos ya conversos buscaron las huellas de su herencia cultural y religiosa e iniciaron una larga peregrinación, primero a Amsterdam, donde en el siglo XVI y XVII existió una sólida comunidad judía. Las circunstancias geopolíticas permitieron que esta comunidad fuera destinada a una de las diásporas más inusuales y poco abordadas por la historiografía, la de aquellos judíos que por algunos años ayudaron a conquistar y colonizar las tierras de Pernambuco en Brasil por parte de la corona Holandesa. Uno podría imaginar las centenares de historias de aquellos judíos convertidos al catolicismo, algunos desde su nacimiento, buscando una identidad religiosa y cultural, arrojados por las circunstancias a miles de kilómetros de cualquier resquicio de “civilización occidental”. Una de aquellas historias la de Isaque de Castro es muy ilustrativa. Siendo convertido al cristianismo desde temprana edad, abrazó la fe judía en su juventud, emigró a Brasil dedicándose en este lugar a varias labores, principalmente al comercio, hablaba holandes, portugués, español y latín, lo cual le permitió durante mucho tiempo eludir a las autoridades. Posteriormente durante el inicio de la guerra luso-brasileña contra Holanda fue preso y llevado al tribunal de la Inquisición en Lisboa, donde después de los innumerables interrogatorios admitió su fé judía, de la cual nunca se desembarazó, incluso en la hoguera, donde murió en 1648.
Nuestros dos personajes nos demuestran que los viajes constituyeron en cada una de sus vidas un elemento definitorio, una resemantización de lo que significa ser mujer para el caso de Emilia Serrano, o pender entre la vida y la muerte por sus creencias para Isaque de Castro. Ahora bien ¿qué tienen que ver estos actores con nombres y apellidos con nuestro anónimo “viajero posmoderno”? , además del simple hecho de ser viajeros, y con la enorme desventaja de separarlos periodos amplios de tiempo. Pues bien abordamos en este artículo otro elemento: la globalización. Si descontextualizamos el término y lo ampliamos en un sentido histórico, las historias de estos viajeros se pueden inscribir dentro de una noción de globalización, o tal vez más concretamente de una historia global y conectada.
Pero ¿qué significa la globalización en nuestros tiempos?, historiadores como el africanista Frederick Cooper afirman que todo y nada, el término globalización es de reciente uso, pero en el sentido más amplio, este autor cree que difícilmente se pueda definir a nuestro tiempo como una era globalizada, en el sentido de que la realidad siempre nos muestra unos recovecos donde el marco de globalización no siempre calza. Sin embargo este autor también señala un elemento que es muy importante si lo aplicamos en el caso del viajero posmoderno, y de su forma de gestionar la diversidad cultural y lo exótico, lo llama “el Baile del los Flujos y los Fragmentos” y se refiere a la noción de descontextualizar objetos, prácticas y ritualidades, y ponerlos detrás de una vitrina, en un sentido metafórico, de tal forma que el viajero encuentra una configuración de la cultura, asequible e inofensiva. Elementos que serían impensables en los contextos en los que vivieron Isaque de Castro y Emilia Serrano, donde la cultura se presentaba como una realidad mucho más sólida y espesa, por la que hay que navegar con el riesgo de ahogarse.
Entonces hablamos de que la globalización, al menos en este aspecto, en lugar de acercarnos a la cultura, en su sentido de profundizar la alteridad, la ha hecho digerible para todos los gustos y necesidades. Esto me lleva a señalar otro punto, que contrasta enormemente con los viajes de nuestros personajes históricos, la noción del tiempo y espacio. Dónde Emilia Serrano reconoce la ruta como una oportunidad de resignificar su existencia, e Isaque de Castro acaba perdiéndola, el viajero posmoderno puede pretender abordar su existencia en un par de frases compartidas en una red social, e incluso podría, si lo quisiera, inmiscuirse brevemente en los mismos libros de la baronesa. Es decir de lo que se trata es de realizar un recorrido superficial sobre la experiencia de viajar, y sin embargo tener todos los puntos de vista a su disposición por la cantidad infinita de medios interconectados en periodos de tiempo muy cortos, y con esto vuelvo a cerrar el círculo de la globalización. En un mundo donde todo está presumiblemente hiperconectado, ¿cabe la noción de observar en esta dinámica una desconexión? yo creo que sí, como lo manifiesta Baudrillard y haciendo una comparación con la realidad: cuando existe hiperrealidad es cuando definitivamente no existe realidad, lo mismo se podría aplicar a nuestro viajero posmoderno hiperconectado, pero al mismo tiempo totalmente desconectado, perdido entre nociones digeribles de diversas culturas al mismo estilo de la comida rápida.
Pero hay algo más que decir, y en este punto, le otorgo de nuevo la razón a Cooper, y es el hecho de que si bien existe una clara noción de viajero posmoderno, y que este muchas veces se reconozca como “ciudadano del mundo”, esto sólo puede afirmarse si pertenece a un determinado contexto socio-cultural hegemónico, lo que quiero decir es que el viajero posmoderno sólo puede ser el individuo occidental, y para que los otros puedan acceder a esta noción de identidad tendrían que imitarlo o asumirse como occidentales. En ese sentido como afirma Cooper la globalización se puede cumplir, a cabalidad, en las pretensiones y sueños de estos viajeros o en las maletas de Kerouac esperando en el camino.
Fuentes:
Baudrillard, Jean (2002). La ilusión vital. Buenos Aires: Siglo XXI
Mena, María Isabel (2014). La baronesa de Wilson y las metáforas sobre América y sus mujeres, 1874-1890. Quito: UASB Ecuador-Corporación Editora Nacional.
Vainfas, Ronaldo, (2006). “La diáspora judía entre Amsterdam y el Brasil holandés”. Revista Historia y Sociedad, 12: 10-26.
Cooper, Frederick. 2001. “¿Para qué sirve la globalización? La perspectiva de un historiador africanista.”African Affairs 100 (399): 189-214. Traducción de Alicia Campos Serrano. Disponible en novoafrica.n