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A 10 años de Ayotzinapa, de ese julio de 2014 en que César tomara la decisión de estudiar en Guerrero, Mario González entiende que como padres, siempre se deben respetar las decisiones de los hijos, pues para César la decisión de estudiar fuera de Tlaxcala era garantía de cumplir uno de sus mayores sueños que era el de ser maestro y entregar un título universitario a sus padres. Con esa misión, emprendió su viaje a Guerrero, sin saber que el Gobierno de México, el Ejercito y el crimen organizado le impedirían culminar su meta.
La madrugada del 26 de septiembre: El inicio del calvario en la familia González Hernández
La última vez que Hilda y Mario hablaron con César Manuel fue el 25 de septiembre a las 5:30 de la tarde. César Manuel se comunicó con ellos para informarles que participaría en la marcha del 2 de octubre en la Ciudad de México y que aprovecharía el viaje para visitarlos junto a unos compañeros de su escuela.
«Mi hijo se comunicaba con nosotros hasta tres veces al día, nos compartía fotografías de las actividades que realizaba en su escuela, siempre nos hacía parte de su vida. El 25 de septiembre del 2014 fue la última vez que se puso en contacto con nosotros. En esa llamada me dijo que vendría a Huamantla, fue la última vez que lo escuché, él quería venir a casa.», compartió Mario.
La ausencia de comunicación en la noche de ese mismo día fue la primer señal de alerta, debido a que César Manuel se había comprometido a marcarles. Mario e Hilda presintieron que algo estaba sucediendo. Intentaron marcarle esa noche y no hubo respuesta, Mario cuenta que fueron más de cien llamadas sin respuesta. No supieron nada de su hijo hasta la mañana del 26 de septiembre. A 10 años de Ayotzinapa recuerda que recibió una llamada de un familiar de la Normal de Panotla quien le informó lo que había sucedido en Guerrero:
«Tío Mario dice, ‘váyase para Guerrero porque pasó algo fuerte. Dicen que unos están en la cárcel, otros están muertos y otros están heridos.’ Pensé ‘¿Cómo es posible que hayan agarrado a balazos una escuela, o por qué atacan a un estudiante?’, me comuniqué con mi esposa y no sabíamos qué pensar. Solo sabíamos que teníamos que ir a Guerrero. Mi compadre Erik nos llevó»
Fue un viaje de cuatro horas, al llegar a Guerrero, Hilda vio por primera vez un cuerno de chivo; conoció la violencia y la indiferencia. Ahí empezó, lo que don Mario ha denominado «su calvario».
«Al llegar a la entrada de la escuela, ya veía todo en movimiento: gente corriendo, gritando y llorando. Entonces, decidí acercarme al Comité y les dije: ‘Vengo de Tlaxcala ¿en dónde está mi hijo?’ Ellos me respondieron que estaba en la cárcel, pero que al día siguiente lo sacarían. Sin embargo, insistí: ‘No, vamos de una vez. Vamos a sacarlo de una vez. Acudimos pero no había nadie en la cárcel. Nos siguieron motos con soldados y, en un momento, a uno de nosotros le quitaron el teléfono. Pensábamos que eran halcones del crimen organizado, pero resultaron ser del cuartel, eran miembros del Ejercito. Fue ahí cuando comenzó nuestro calvario.»
El ese momento tanto Hilda como Mario decidieron no regresar a Huamantla y dedicarse a conocer e investigar qué es lo que había sucedido en la madrugada del 26 de septiembre. Ahí, en un cuarto de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos en Ayotzinapa pasaron los siguientes seis años y medio de sus vidas.
«Durante seis años y medio, vivimos en un cuartito de dos por dos metros en un cubículo de la escuela, buscando a las autoridades que, desafortunadamente, resultaron ser cínicas.»
A 10 años de Ayotzinapa, la desaparición de Cesar Manuel ha marcado un antes y después en las vidas de Hilda y Mario, quienes también son padres de otros dos hijos.
Durante estos diez años de búsqueda, los familiares de los 43 desaparecidos en Ayotzinapa han atravesado situaciones de violencia, revictimización, señalamientos y un sinfín de obstáculos por conocer lo que sucedió esa noche en Iguala, Guerrero. Para don Mario, padre de Cesar Manuel, el Gobierno les ha fallado.
A 10 años de Ayotzinapa, no se sabe del paradero de los 43 estudiantes
A pesar de la promesa de verdad por parte del presidente Andrés Manuel López Obrador, los padres siguen luchando con obstáculos burocráticos y la falta de transparencia, particularmente en relación con documentos clave que podrían esclarecer lo ocurrido. «El ejército tiene 853 folios que no quieren entregar», menciona don Mario, destacando la resistencia de las autoridades militares a colaborar plenamente con la investigación. Estos documentos podrían revelar detalles sobre el ataque y el paradero de los estudiantes, pero el acceso a ellos ha sido limitado y parcial.
Para Mario el interés de Andrés Manuel López Obrador por dar con la verdad, parecía prometedora, no obstante para él «el presidente no cumplió con su palabra». Asimismo aseguró que han intentado otorgarles indemnizaciones por los hechos ocurridos, al respecto, menciona:
«El gobierno nos quería dar dinero… pero ¿Quién podría vender un hijo? Aquí la única reparación, es la verdad y la justicia. Encontrar a los chavos, esa es la única reparación de los 43 padres de familia.»
Desde la creación de la Comisión de la Verdad en octubre de 2021, hasta la fecha se desconoce con claridad qué fue lo que sucedió aquella madrugada del 26 de septiembre y en dónde se encuentran los cuerpos de los estudiantes de Ayotzinapa.
De acuerdo a los diversos informes emitidos por esta Comisión, la desaparición de los 43 estudiantes ha llevado a la exploración de 858 lugares donde probablemente los jóvenes fueron dados de baja. Asimismo han habido 135 expedientes, 56 averiguaciones previas, 37 carpetas de investigación y 42 causas penales, en donde se han procesado a 151 personas, entre ellos personal vinculado al narcotráfico, policías, militares, elementos de la marina y funcionarios públicos. Hasta la fecha solo 120 de ellos se encuentran en prisión preventiva y 31 con medidas cautelares. Aún quedan 60 órdenes de aprehensión pendientes y 3 procesos de extradición en curso.
Entre los descubrimientos más relevantes a 10 años de Ayotzinapa, el señor Mario señala la presencia de un soldado infiltrado entre los estudiantes la noche de la desaparición. «Primero iba un infiltrado en el camión, un soldado de inteligencia», lo que refuerza la teoría de que las autoridades militares sabían en todo momento lo que estaba ocurriendo.
Mario recuerda con gran indignación que al mes de haberse ejecutado la desaparición de los normalistas, la Fiscalía de Guerrero entregó 28 cuerpos que habían sido localizados en fosas clandestinas, asegurando que eran los cuerpos de los estudiantes, situación que fue desmentida por peritos argentinos.
«Nos quisieron dar 28 cuerpos… pero los peritos argentinos desmintieron esa versión»
Hasta septiembre de 2014, Hilda y Mario desconocían lo que significaba una desaparición forzada. Durante diez años, han vivido en carne propia la injusticia, la mentira y la indolencia del sistema político mexicano, al que acusan de ser el responsable de la desaparición de su hijo César Manuel.
Lo que mantiene en pie de lucha a Hilda y a Mario es el amor que le tienen a César Manuel, quien salió de casa en 2014 a cumplir su sueño de ser maestro para tener una mejor vida y apoyar a su comunidad.
«Yo a mi hijo lo amo, lo seguiré amando siempre; es el amor de mi vida. Qué más quisiera que regrese y abrazarlo. Siempre he pensado que nuestros hijos nos necesitan y la única voz que tienen es la de nosotros.» menciona Hilda entre coraje y rabia, que es lo que también la ha sostenido en diez años.
Para Mario, no existe un precio que llegue a suplir la presencia de César Manuel, y hasta el día de su muerte seguirá exigiendo justicia.

