Buscando a ciegas a Gilberto Raymundo en Tlaxcala

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Gilberto Raymundo, estamos aquí por él. Frente a la Dirección de Seguridad Pública de Tetla de la Solidaridad, municipio ubicado al norte de Tlaxcala, lugar con alta presencia de industrias; con sus naves asentadas al frente de largos predios, al pie de la carrera. Esperamos el arribo del colectivo Voz de los desaparecidos Puebla.  Llega uno de sus integrantes y sin dudarlo se acerca a nosotros. Nos pregunta de qué medio vamos; le decimos. Ya entrados en confianza comienza a relatar que justo hace 20 días entre los límites de Tlaxcala y Puebla buscaron a su hermano que lleva 7 años desaparecido.

Dicha búsqueda no fue exitosa. Pero fue el vínculo o “el gancho” para lograr la primera jornada de familiares buscadores en torno al caso de un tlaxcalteca desaparecido en su propio municipio. Por presión o por suerte, la Comisión Estatal de Búsqueda de Personas (CEBP) de Tlaxcala, aquel día, fue accesible con el colectivo que desde hace tiempo acompaña a Guadalupe.

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Foto: Jesús Alvarado /Nierika Images

Ella es madre de Gilberto Raymundo, quien hace cuatro años desapareció durante su primer día de trabajo como moto repartidor de tortillas. Fue el 1 de marzo de 2018 cuando salió de casa y no volvió. Desde entonces han pasado cuatro años muy difíciles para Guadalupe y su familia. Se han enfrentado a la omisión tanto del Ministerio Público como de la Procuraduría General de Justicia del Estado de Tlaxcala (PGJE), por lo que ella tuvo que armar sola el caso de su hijo.

Entre dichas omisiones se encuentran que encontraron en Xalapa hace dos años a un joven con las características de Gilberto, sin embargo, el MP de Veracruz nunca fue contactado por las autoridades tlaxcaltecas para acompañar a Guadalupe en el reconocimiento de su hijo. Todo lo ha hecho por iniciativa propia, lo que la ha llevado a vender su patrimonio y entregar su vida a la búsqueda del joven.

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Asimismo, el Ministerio Público en Tlaxcala le dijo que no podían emitir ningún tipo de boletín de búsqueda, pues su hijo tenía 20 años al momento de desaparecer. Por lo que al ser mayor de edad no aplicaba la Alerta Amber. También, el día que Gilberto desapareció le mandó dos mensajes por cobrar al esposo de Guadalupe, los cuales no pudieron leer porque no tenían saldo y ante ello las autoridades tampoco hicieron nada. Dijeron que no podían rastrear los mensajes. 

Otro de los factores alarmantes para la señora Guadalupe es que uno de sus vecinos de condominio tiene en su departamento unas fotografías infantiles de Gilberto, vecino que tiene antecedentes de violencia doméstica y de problemas con otros habitantes del lugar. Ante ello también existió omisión.

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Hace un año, recibió un anónimo que daba pistas del lugar donde se encontraba el cuerpo de su hijo. Hace dos meses recibió otro. Las autoridades tlaxcaltecas le dijeron que ella misma lo había hecho para “ejercer presión”.

Pero Guadalupe no se encontraría sola en el dolor ni en la búsqueda durante mucho tiempo. Un día viendo la televisión supo del colectivo “Voz de los desaparecidos Puebla”, y desde entonces ha sido ayudada por María Luisa Nuñéz, cuyo hijo se encuentra desaparecido desde el 30 de abril de 2017, lo que la ha llevado a ser acompañada y acompañar a muchos otras familias que han perdido a los suyos.

Es así como se llegó a este punto, a la jornada de búsqueda para localizar a Gilberto Raymundo. Alrededor de 20 personas del colectivo, más elementos de Policía Municipal con ayuda de caninos y personal de la CEBP, inspeccionaron 4 predios de Tetla de la Solidaridad que cumplen con características señaladas en los anónimos.

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Foto: Jesús Alvarado /Nierika Images

Mientras esperábamos para comenzar la búsqueda, Guadalupe nerviosa y con la voz entrecortada dijo; «Espero que los anónimos sean ciertos para que ya pueda estar tranquila, y si no voy a seguir buscando a mi hijo». No transcurrió mucho tiempo cuando llegó el colectivo en una camnioneta, donde la primera en descender fue María Luisa. Quien fue directo a abrazar a Guadalupe. Entre lágrimas le dijo que eran familia del mismo dolor, y que si no encontraban a su hijo, los volverían a buscar cuantas veces fuese necesario.

Fue así como partimos al primer predio. El cual fue indicado por las mismas autoridades como un espacio del que ellos “tenían el dato” de que el cuerpo de Gilberto podría estar enterrado ahí. Primero bajaron los binomios caninos que se guiaron por un par de zapatos de la víctima, marcaron un par de lugares.

Mientras eso sucedía, a pocos metros los buscadores formaron un círculo y se tomaron de las manos. Las profundas palabras de María Elisa vibraron la tierra que pisamos. “A lo que sea que cada quien crea, a dios, a la energía, al universo o a la vida, pedir que nos ilumine en nuestro camino. Si está aquí a quien venimos a buscar. O si hay alguien que no es quien venimos a buscar, podamos encontrarlo”.

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Asimismo menciona que la jornada sería muy difícil, especialmente para Guadalupe, ella asiente y responde “Yo los entiendo a todos porque todos estamos en el mismo nivel, en el mismo caso. Pido muchas fuerzas a diosito. Y que encontremos no nada más a mi niño, sino a todos y todas las personas desaparecidas. Dios los bendiga a todos porque sin conocerme están aquí conmigo”.

Y así fue, las palabras de Guadalupe sentenciaron una jornada de acompañamiento entre personas que ya han formado una familia dentro de “Voz de los desaparecidos Puebla” y que ahora a ella la hicieron parte. Así se conocieron todos: en las marchas, en la lucha, en los plantones. Así formaron esta nueva familia, la de los buscadores.

Ya en la búsqueda María Luisa llama a los pocos medios presentes para indicarnos cómo es que buscan restos humanos. Primero con varillas penetran la tierra, y donde entre profundo significa que fue removida. Proceden a oler la punta, y la señal de presencia es el olor a putrefacción, indicador para comenzar a rascar.

En el primer paraje no se encontró nada, en el segundo y el tercero solo se peinó bajo las coincidencias visuales con el anónimo recibido que relaciona a la zona industrial que caracteriza al municipio. Pero nada, el ánimo decaía poco a poco. La van donde venía el colectivo se descompuso. Creímos que ahí todo había terminado, pero no. En la camioneta de la CEBP y en coches de particulares nos movimos hasta el último punto.

Entre el calor y el cansancio la confianza crecía, su cariño se visualizaba más. Los une un dolor pero también la cotidianidad y el día a día les permite hacer de las jornadas de búsqueda un espacio para engrandecer sus relaciones. Entre ellos juegan, hacen travesuras y se burlan unos de otros. De Marcelo dicen que tiene sus ondas con otra brigadista, pero es broma. La realidad es que él busca a su hermano y a su esposa, desaparecidos hace siete años.

También hay un par de mujeres del norte, una de ellas perdió a su hija en Tehuacán, por ello llegó con dicho colectivo. Sospecha es víctima de trata, pues fue su pareja quien la desapareció. La otra señora cuenta que su hijo fue privado de su libertad por estar en el lugar y momento equivocado, era chófer de Uber y trasladó a una persona que lo hizo esperar por cambio mientras bailaba con la novia de un narco.

Eso los condenó a ambos. Sabe que su hijo fue asesinado pero no dónde fue enterrado su cuerpo. Incluso comenta que demolieron parte de un salón de fiestas tras la confesión de un sospechoso. Pero su hijo no estaba.

El último paraje de la búsqueda es un amplio ejido. Hay mucha osamenta de perros, María Luisa explica que los huesos de los perros son más porosos. Se reparten en pequeños grupos y comienzan a picar la tierra. De momento el sobrino de Gilberto llega corriendo diciendo que “apesta horrible por allá”. Que los picos dieron positivo. Guadalupe toma de la mano a su esposo y apresurados caminan hacia un montículo de tierra.

Le pasan la pala a su esposo y con mucha fuerza comienza a ayudar a cavar. En efecto, el olor a putrefacción era penetrante, insoportable, pero en ese momento para Guadalupe, ese olor, era el olor de la esperanza.

Rascaron y rascaron hasta que el hijo de María Luisa, un niño de alrededor de 14 años, quien es experto buscador derivado del acompañamiento en el caso de su hermano, grita “ahí hay una cobija”. Con picos y palas la desentierran en su totalidad y al jalarla sale el cadáver de un perro. La imagen grotesca del pelo de animal desprendiéndose con la piel viva se desvanece al par de la ilusión de quienes estábamos.

Pero uno de las brigadistas comenta que “ya se la saben” que así lo hacen quienes entierran, para despistar a autoridades y buscadores. Es un modus operandi que entierren fauna arriba del cadáver de una persona. Para despistar. Para que no sigan rascando.

Por lo que siguen picando y una vez más el olor en la punta da positivo a otro cadáver. La cara de Guadalupe es de una madre con esperanza, se abraza a ella misma con los brazos cruzados y cierra los ojos con fuerza. Pero era otro perro, que desalentó todo, que dejó en silencio. Que determinó seguir caminando más adelante. Donde todos juntos volvieron a leer el anónimo.

Una búsqueda a escondidas, como muchas en el país. Trataban de descifrar las pistas. Unos buscaban similitudes y nombres en Google Maps. Otros veían al horizonte con toda la intención de continuar caminando, pero la lluvia amenazaba con el cielo gris. Gris como seguramente se tornan los adentros de dolor de cada uno de ellos cuando no es exitosa una búsqueda. Pero como dijo María Luisa al principio, cuando por primera vez vio en persona a Guadalupe y la abrazó: buscarán las veces que sea necesario.

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Dania Corona
Dania Corona
Escribir y comer son su pasión.
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