Federico Luis Pöhls Fuentevilla.[1]
Hace un mes comentábamos acerca de dos reuniones que nos daban un poco de esperanza de que la cuenca Atoyac – Zahuapan sí podría llegar a sanearse a pesar de los grandes desatinos gubernamentales y empresariales en Tlaxcala: una fue la del foro de participación y consulta organizado por SEMARNAT, y la otra, la del establecimiento de la Dimensión Pastoral por el Cuidado Integral de la Creación, que estableció la Comisión Episcopal de la Pastoral Social. Y bueno, la esperanza está en que quizá desde estos ámbitos se presione para que en Tlaxcala se lleven a cabo planes y sobre todo acciones que lleven a establecer las condiciones necesarias para que algún gobierno estatal, por fin, se atreva a hacer bien las cosas y coloque al centro la vida de todas las personas y no el dinero, o la creación de riqueza, como suelen decir.
Sin embargo, los embates en contra de la esperanza son fuertes. Sobre todo los del gobierno del estado que se aferra a mantener activo un sistema de desarrollo deteriorante como base de su ejercicio. Un sistema que por el que se empezó a devastar grandes territorios en el país desde finales de la primera mitad del siglo pasado, con un énfasis muy fuerte a partir de la década de los 70, y que se ha hecho crecer de diversas maneras, ya no sólo en el ámbito agroindustrial sino también en el manufacturero y de servicios. Como ya lo mencionábamos, todo se sacrifica con tal de que crezca la economía, aunque se generen graves problemas de “polarización de la estructura social y (también) por el impacto ambiental y la contaminación provocadas por las nuevas actividades industriales y agroindustriales.”[2] En México, este proceso empezó con la revolución verde, por la que los suelos agrícolas “se han transformado en simples sustratos de sustentación de plantas que exigen técnicas artificiales cada vez más caras… El uso de agrotóxicos y fertilizantes químicos ha esterilizado el suelo y ha provocado la contaminación de aguas superficiales y subterráneas…”[3] Esto de por sí ya es muy grave, pero resulta que, además, la revolución ganadera en el país siguió los mismos pasos que la revolución verde, “basándose en una lógica reduccionista e industrializada que no tiene en cuenta los sistemas naturales… La ganadería industrial es considerada como la actividad económica que más recursos naturales utiliza en sus procesos y ha sido causante de la pérdida de diversidad biológica.”[4] Todo esto, consecuencia de estas revoluciones más el desarrollo urbano e industrial manufacturero sin control, ha devastado también a Tlaxcala desde hace ya varios años, cuando es sabido que el territorio mantiene apenas alrededor del 19% de su vegetación natural y que ha perdido ya su capacidad de regeneración.
Pero además, de acuerdo a información publicada por la fundación Heinrich Böll, es claro que las ganancias de la comercialización de la carne se sustentan, además de la recuperación del costo del trabajo invertido, “en el daño ambiental causado por los criaderos industriales y el uso de forraje, costos que las empresas no pagan.”[5] De acuerdo a esto, en términos generales, “los costos que paga el medio ambiente son probablemente los mayores, pero son difíciles de calcular… surgen de la sobrefertilización, mediante la diseminación de estiércol y abono líquido en la tierra y la aplicación de fertilizantes” para producir el grano y el forraje que se utiliza en la alimentación de los animales. “La sobrefertilización daña animales y plantas, perjudicando ecosistemas en todo el globo (el mundo). Los nitratos en el agua subterránea pueden causar cáncer. En el borde costero pueden provocar zonas muertas.”[6]
Por otro lado, la alimentación de los animales en la producción industrial, además de grano y forraje, algunas veces se complementa con pollinaza, que son los excrementos secos y pulverizados de pollos de engorda, “con proteínas y minerales mezclados en el aserrín y la paja utilizados en la cama de las aves. La pollinaza contiene también restos de los fármacos que se suministraron a las aves, metales pesados, hongos y bacterias…”[7], además de los medicamentos que de por sí habrán de administrase a los animales durante el proceso de producción. Esto, tristemente, sumado a que países como México y estados como Tlaxcala suelen apoyar todavía la instalación de industrias manteniendo leyes y normas inadecuadas que permiten la devastación ambiental y la explotación de las personas, en condiciones de cuasi esclavitud por la condición de los salarios, el arrendamiento, la venta y hasta la preparación de infraestructura de terrenos del tamaño que sea y en las condiciones que las empresas requieran… todo con tal de que se asienten aquí.
Una última característica a considerar aquí respecto a la producción industrial intensiva de ganado es la reducción de la base genética que ha provocado, con tal de obtener especies con “líneas de cría de alta producción… para conseguir la carne de los animales que comemos. Esta hibridación aplica especialmente a las aves y cerdos, lo cual limita aún más la diversidad genética de estos animales… El resultado: razas de alto desempeño y genéticamente uniformes que requieren forraje alto en proteínas, productos farmacéuticos costosos e instalaciones climatizadas para sobrevivir.”[8] Se estandariza la producción y la oferta mundial, principalmente con ganado lechero Holstein – Friesian y con cerdos Large White, amenazando con hacer desaparecer no sólo las variantes genéticas existentes en los países sino a todas las familias de productores con ellas.
De acuerdo a la Declaración de Interlaken en la que se estableció el compromiso de 109 naciones, (entre ellas México y, por lo mismo Tlaxcala), para mantener la biodiversidad animal del mundo y garantizar que se utilice en la promoción de la seguridad alimentaria y su disponibilidad para las siguientes generaciones, tanto el país como el estado deberían estar atentos a que esa diversidad zoogenética no se pierda en el territorio estatal y nacional, evitando el desarrollo de proyectos agroindustriales y ganaderos de producción intensiva que provocan la erosión y la pérdida de recursos zoogenéticos. La declaración señala que los estados participantes están alarmados por la pérdida que ya desde entonces se estaba produciendo de razas de ganado. “La erosión y pérdida continuas de recursos zoogenéticos para la alimentación y la agricultura comprometería los esfuerzos realizados para alcanzar la seguridad alimentaria, mejorar la situación de la nutrición humana y potenciar el desarrollo rural. Reconocemos que se deberían potenciar los esfuerzos por conservar, desarrollar, mejorar y utilizar de modo sostenible en mayor medida los recursos zoogenéticos.”[9]
Con todo esto, nos preguntamos, como en muchas otras ocasiones, si el gobierno de Tlaxcala analizará algún día a fondo cada propuesta de inversión que se le presenta, si revisará la información publicada y la historia nacional e internacional de cada empresa, si estudiará las condiciones ambientales y sociales en que han actuado y las consecuencias de su acción.
[1] Coordinador del Programa de Procesos Organizativos Comunitarios Socioambientales, del Centro Fray Julián Garcés Derechos Humanos y Desarrollo Local.
[2] Rodolfo Uribe Iniesta: La transición entre el desarrollismo y la globalización: ensamblando Tabasco. UNAM, 2003.
[3] Fulvio Eccardi y Daniel Suárez: Enfrentar la crisis climática con la ganadería. En revista Este País No. 342 – Octubre de 2019.
[4] Ibíd.
[5] Fundación Heinrich Böll: Atlas de la Carne. Hechos y cifras sobre los animales que comemos. Publicación conjunta por las oficinas de Chile, México y Brasil. México, 2014.
[6] Ibíd.
[7] Fulvio Eccardi y Daniel Suárez, artículo citado.
[8] Fundación Heinrich Böll, op. cit.
[9] Declaración de Interlaken sobre los recursos zoogenéticos. Artículo 6. FAO – Comisión de Recursos Genéticos para la Alimentación y la Agricultura.