Tlaxcala, Tlax.- Cada 25N de noviembre recordamos que la violencia contra las mujeres adopta múltiples formas: física, sexual, económica, emocional, entre otras. Pero hay una que permanece casi siempre fuera del debate público, aunque atraviesa la vida diaria de millones de mujeres: la violencia estructural del cuidado no remunerado. Y cuando hablamos de las mujeres que cuidan a niñas y niños con discapacidad, esta violencia se vuelve más compleja, más silenciosa y normalizada.
En México, cuidar sigue siendo un mandato de género. La Encuesta Nacional para el Sistema de Cuidados ENASIC (2022) muestra que 75.1 % de quienes cuidan dentro del hogar son mujeres. Este dato ya es contundente por sí mismo, pero se vuelve alarmante cuando hablamos de la población con discapacidad: ahí, el 80.3 % de las cuidadoras también son mujeres. No es casualidad, es resultado de la división sexual del trabajo que asigna a las mujeres la responsabilidad de sostener la vida cotidiana del país, es el resultado de cuando el patriarcado y el capitalismo se dan la mano.
El trabajo no remunerado de cuidados, incluyendo el cuidado de personas con discapacidad, tiene un valor económico que se requiere analizar. Según la Cuenta Satélite del Trabajo No Remunerado (CSTNRHM) del INEGI (2023), este trabajo aporta cerca de 26.3 % del PIB nacional. Es decir, la economía mexicana funciona gracias a las horas de trabajo que no se pagan, pero sin las cuales el sistema colapsaría (Araiza, 2024).
Pero los números no alcanzan a reflejar la dimensión emocional, física y social de esa labor. ENASIC (2022) revela un dato demoledor: muchas cuidadoras duermen poco, padecen de depresión y de un estado emocional “inestable”, pues las demandas de cuidado no se detienen, a lo cual dedican 38.9 horas semanales a los cuidados. Tampoco descansan, no tienen derecho a incapacidad, ni un salario, ni prestaciones, ni jubilación. Y cuando se les pregunta por qué no pueden acceder a un empleo remunerado, la respuesta suele repetirse: “nadie puede sustituirme” (Martínez y Muñoz, 2020).
Esa frase, tan común como dolorosa, es también un recordatorio de que vivimos en un país sin un sistema de cuidados robusto, donde el Estado se deslinda y la familia, entendida casi siempre como “la mujer de la casa”, absorbe todo lo que las instituciones no quieren o no pueden asumir. No es casualidad: es una forma de violencia estructural sostenida por el capitalismo y el patriarcado (Fedirici, 2012).
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— UNAM (@UNAM_MX) November 24, 2025
Cuando hay discapacidad, la desigualdad se multiplica
La discapacidad no es un atributo individual, sino la interacción entre un cuerpo y un entorno que no está diseñado para él. Sin accesibilidad, sin apoyos, sin políticas, las barreras se vuelven más difíciles de superar. Y, por lo tanto, para las cuidadoras se espera un escenario solitario y sin cuidados para ellas.
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ENASIC (2022) reporta que solo el 3.3 % de las infancias con discapacidad asiste a centros especializados de cuidado. Dicho de otro modo: el 96.7 % del cuidado lo realiza la familia, casi siempre las mujeres. Aunque existen programas de apoyo, su cobertura es mínima frente a la magnitud de la demanda.
Investigaciones en estudios feministas y de discapacidad han puesto sobre la mesa que el cuidado intensivo genera agotamiento emocional, aislamiento social, pérdida de autonomía económica y, en muchos casos, feminización de la pobreza (Cortés, 2019: Lapierre-Acevedo, et al., 2025; Jaramillo et al., 2021; Leyva-López et al., 2022; Martínez y Muñoz, 2020). No se trata solo de tiempo y energía; se trata de vidas enteras reconfiguradas alrededor de un rol que, aunque profundamente amoroso, también está atravesado por desigualdades históricas.
Tlaxcala: la realidad cercana
En Tlaxcala, esta situación también es urgente. Datos recientes indican que más de 54 mil personas tienen alguna discapacidad en la entidad, y que aproximadamente el 7.1 % de la población de 5 años y más vive con alguna limitación (INEGI, 2022) y si a esto se le añade un análisis estadístico considerando la imbricación entre la raza y clase, el tema se vuelve aún más profundo.
La pobreza no solo incrementa la vulnerabilidad; hace casi imposible costear terapias, traslados, acompañamientos especializados o dispositivos de apoyo. Así, el peso recae otra vez en las mujeres: madres, abuelas, hermanas, tías, mujeres que sostienen vidas enteras desde la precariedad.
Y aunque en Tlaxcala existen servicios públicos importantes, su capacidad es limitada. La ausencia de opciones reales obliga a las mujeres a reorganizar su vida laboral, social y emocional en función del cuidado. Sin apoyos económicos suficientes, sin licencias especiales, sin descanso para ellas.
Basta con observar los programas de “apoyos” que ofrecen instituciones gubernamentales como autónomas ¿existe algún programa de sostenimiento emocional, económico y comunitario para las mujeres cuidadoras? La respuesta es clara y contundente, no.
La violencia que hay que nombrar
En un contexto así, hablar de violencia no es exagerado. Violencia es que el Estado asuma que las mujeres cuidarán “naturalmente”. Violencia es que el trabajo que sostiene la vida sea gratuito e invisible. Violencia es que las cuidadoras renuncien a sus proyectos para sostener los de otros y otras.
Este 25N, además de alzar la voz contra las violencias más visibles, necesitamos nombrar esta otra violencia que ocurre dentro y fuera de casa, una violencia silenciosa, cotidiana y profundamente estructural.
Hacia una agenda de justicia en los cuidados
Es más que obvio, que México necesita un Sistema Nacional de Cuidados con enfoque de la imbricación entre el sexo, clase y raza, comunitario y feminista:
- Que reconozca el trabajo de las cuidadoras
- Que reparta las responsabilidades entre Estado, mercado, comunidad y familias
- Que garantice apoyos económicos, licencias y servicios accesibles
- Que ponga al centro la vida digna tanto de quienes reciben cuidados como de quienes los brindan
Porque cuidar no debería ser sinónimo de sacrificio, pobreza o agotamiento. Pero para que deje de ser una forma de violencia, necesitamos cambiar las estructuras que hoy lo mantienen en desigualdad. Es por eso, que, desde Malinalli Espacio Común, la discapacidad y la infancia no se puede ver como un hecho aislado de los cuidados, nuestra convicción política es reconocer que para el crecimiento sano, digno y libre de nuestras infancias se requiere de una red de cuidados y acompañamientos para las cuidadoras. Si eres cuidadora de infancia con y sin discapacidad, te queremos hacer saber que tienes un espacio que busca acompañarte. La construcción de un sistema de cuidados comienza también desde lo común y desde una perspectiva feminista.
Un texto de Indra Damaris Cervantes Aguilar
REFERENCIAS
Araiza, D. (2024). Trabajo no remunerado en México representa el 26.3% del PIB. https://www.cronica.com.mx/nacional/2024/11/25/trabajo-no-remunerado-en-mexico-representa-el-263-del-pib/
Cortés, C. (2019). Dos aproximaciones al cuerpo y el territorio como escenarios de lo político y del mantener la vida. Cuadernos de Música, Artes Visuales y Artes Escénicas, 15(1), 34–53 https://doi.org/10.11144/javeriana.mavae15-1.dapc
Federici, S. (2012). El patriarcado del salario: Críticas feministas al neoliberalismo y la globalización. Traficantes de Sueños.
INEGI. (2022). Encuesta nacional para el sistema de cuidados (ENASIC) 2022. Instituto Nacional de Estadística y Geografía. https://www.inegi.org.mx/encuestas/sistema-cuidados
INEGI. (2022). Estadísticas de la población con discapacidad en México. Instituto Nacional de Estadística y Geografía. https://www.inegi.org.mx/temas/discapacidad
Jaramillo, J., Morales, M., y Martínez, P. (2021). Cuidadoras de personas con discapacidad en contextos de exclusión social: Tensiones y resistencias. Revista Latinoamericana de Estudios de Género, 25(1), 134-152. https://doi.org/10.24893/rleg.v25i1.465
Lapierre-Acevedo, M., Moctezuma-Balderas, A., y Romualdo-Pérez, Z. (2025). Mujeres indígenas y prácticas de cuidado hacia infancias con discapacidad en México y Chile. Íconos- Revista De Ciencias Sociales, (82), 15–32. https://doi.org/10.17141/iconos.82.2025.6462
Leyva-López, A., Rivera-Rivera, L., Márquez-Caraveo, M. E., Toledano-Toledano, F., Saldaña-Medina, C., Chavarría-Guzmán, K., Delgado-Gallegos, J. L., Katz-Guss, G., y Lazcano-Ponce, E. (2022). Estudio de la calidad de vida en cuidadores familiares de personas con discapacidad intelectual. Salud pública de México, 64, 397–405. https://doi.org/10.21149/13325
Martínez, L y Muñoz, P. (2020). Narrativas de cuidado y subjetividad femenina. Revista de Ciencias Sociales, 110(2), 55–70. https://doi.org/10.21696/rcs1102120201246

