Despedir a los glaciares, entrega #2
Por: Brahim Zamora Salazar @elinterno16
No hace mucho conversé con una amiga experta en temas que tienen que ver con el desarrollo de las chicas y chicos en la adolescencia, sobre los infantes que han tenido que enfrentarse a la pandemia sin demasiadas herramientas, ni propias ni familiares, para sobrellevar la espera a la que el nuevo virus nos sometió.
Me comentó que de unos años para acá es común que las nuevas generaciones tengan mucho menos tolerancia a la frustración y casi ninguna herramienta para poder sortear esa sensación, lo que conlleva a desarrollar cuadros de ansiedad y depresión. Las madres y padres jóvenes prefieren que sus hijos crezcan en ambientes seguros y confortables donde siempre ganen, nadie les cuestione, y obtengan lo que desean sin demasiado esfuerzo: una volcadura de las carencias de las vidas adultas sobre las vidas de sus descendientes.
Esto ayuda muy poco al desarrollo de ciertas habilidades y, sobre todo, a la gestión de emociones clave para poder resolver problemas o situaciones incómodas. No nos gusta la espera y hay un mercado de lo inmediato boyante y tristemente devastador que creció mucho durante los años del confinamiento y aún hoy, nos ha modificado varios hábitos. Lo que viene, indudablemente, es una generación de adultos atados a una receta médica, sin suficiencia para el acompañamiento terapéutico.
Otra amiga, hace un par de años, me contaba sobre su trabajo en un call center de Amazon, ese demonio.
Ella debía atender a clientes de Estados Unidos; muchas de las personas que llamaban lo hacían para resolver cosas de los tiempos de envío, que lo esperaban para hoy por la mañana pero llegará más tarde, hasta una mujer que pidió un vestido de novia que no se probó a tiempo y quería cambiarlo el día de su boda, porque no le quedó y esto debía ser de inmediato, literalmente.
Un montón de anécdotas de gente desesperada porque las cosas no ocurrieron como deseaban, cuando lo deseaban, sino justamente como pasa en la vida, con tropiezos.
La desesperación de que el Uber llegará en 15 minutos y no en tres. Que la comida que piden a un restaurante a 15 kilómetros de distancia, llegará en 40 minutos traída por un chico en bicicleta.
La pizza en 30 minutos, que es ya un clásico, hizo que la competencia ya no fuera por el mejor sabor, sino por eso que conocemos como “el mejor servicio”, al igual que el sistema McDonalds cambió la forma de hacer esperar por la comida, no más de 10 minutos, más allá del sabor o la calidad de lo que venden.
Vivir la vida de forma productiva, pues, la espera es pérdida. De ganancias, de renta, de tiempo y por tanto debemos comer rápido, amar ansiosamente, cambiar de guardarropa cada tres meses, sanar los músculos en dos días, bajar de peso en tres semanas, aprender una lengua en seis meses, aprender lo indispensable en dos años de carrera ejecutiva, que la película sea corta, que la serie no tenga 5 temporadas, que responda el mensaje de whatsapp de inmediato, que la vida no alcanza…
Vivir sin contemplar, matarnos en siniestros viales porque no podemos esperar a que el efecto del alcohol pase, a que el semáforo cambie de color, a que la anciana cruce con su paso lento por la peligrosa avenida…
Apenas hace unos días tuve que sugerir una especie de remedio para alguien con poca tolerancia a la frustración y un cuadro de ansiedad, alguien a quien quiero muchísimo, por cierto; mi recomendación fue que cultive su comida.
Que siembre desde la semilla, que espere, que cuide, que espere, que riegue, que espere, que mire, que observe, que espere, que contemple el sencillo y perfecto paso de la vida.
Que mire crecer y que mire el fruto madurar. Y que cuando esté listo, se lo coma con la única certeza de que ese jitomate o esa acelga tuvo el tiempo necesario para nutrir, no solo literalmente, a quien lo cultivó.
Y más, que cocine con sus seres queridos, que se tome la mañana de ir al mercado por lo que falte, que pique, cueza, desmenuce, sancoche, sazone, fría, amase y espere. Y que venga el gozo de la cháchara mientras cada cual hace lo suyo, después la hora de saborear y disfrutar, y la sobremesa. La caída del día. Eso, que parece tan sencillo y cotidiano, tan un privilegio en tiempos de precariedades extremas, no es más que otra economía del tiempo y de la vida, lo que produce no es un bien o una renta, es otra cosa, más cercana a la Belleza y por tanto, próximo a ser una verdad. Tal vez para eso sirve la espera sin desesperar, para entender que hay otra forma de hacer, construyendo el presente pacientemente. Algo que no es para nada nuevo, sino simplemente aprendimos a olvidarlo para hacer de la ansiedad una especie de trofeo capitalista de la jodida cultura del esfuerzo. De la productividad, a costa de lo que sea, incluida nuestra salud mental.
Conoce a la comunidad con membresía Escenario Tlaxcala que nos permite seguir haciendo periodismo independiente dando clic aquí